Una nueva relación con nuestro Padre Celestial
Todos los que me aman harán lo que yo diga. Mi Padre los amará, y vendremos para vivir con cada uno de ellos. (Juan 14:23 NVT)
En su clásica autobiografía, Confesiones, San Agustín, narra un incidente que protagonizó cuando era adolescente. Había un peral cerca de la viña de su familia, que estaba colmado de fruta no muy apetecible, ni a la vista ni al gusto. Pese a ello, junto con unos amigos, se robó unas peras de aquel árbol. No lo hicieron para comerlas ellos, sino para arrojárselas a los cerdos. Cuenta que él y sus amigos robaron simplemente porque les proporcionaba placer hacer algo prohibido
Cuando Dios libró al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto y lo trasladó a la Tierra Prometida, inicialmente el pueblo creyó y temió a Dios. No obstante, cuando los israelitas debieron enfrentar circunstancias difíciles en el curso de su viaje, tuvieron una crisis de fe y se apartaron de Dios y de Moisés. Mientras este último se encontraba en la cima del Monte Sinaí recibiendo la Ley de Dios, la gente forjó un becerro de oro para rendirle sacrificios.
Desde los tiempos de la Creación, cuando según la Biblia Dios buscaba a Adán y Eva en el Edén, Él siempre ha deseado tener íntima comunión con la humanidad. Pero el pecado generó una brecha en nuestra relación con el Creador.
La Biblia dice que la brecha que se abrió entre Dios y la humanidad la cerró Jesucristo. La vida, muerte y resurrección de Cristo allanó el camino para la reconciliación y el establecimiento de una nueva relación con nuestro Padre Celestial. La restauración de esa relación entraña que se nos dote de un nuevo corazón, el cual responde a la voluntad de Dios para nuestra vida. - Uday Paul [1]
Dios no esperó un cambio de corazón por nuestra parte. Aunque Él es el ofendido por nuestro pecado, Él es el que hace las paces consigo mismo a través de la muerte de Cristo. - Jerry Bridges
[1] Conéctate El fruto prohibido