A Él lo amamos sobre todo y ante todo
¿Qué pide de ti el SEÑOR, tu Dios, sino que temas a SEÑOR, tu Dios, que andes en todos Sus caminos, que ames y sirvas al SEÑOR, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma? (Deuteronomio 10:12)
Debemos ser leales a Dios y a Su Palabra. Esta expectativa de lealtad se hace evidente en el Antiguo Testamento, basada en el pacto que Dios hizo con Israel, que Él sería su Dios y ellos serían Su pueblo. Como tal debían guardar los mandamientos de Dios; y a cambio, Dios les daría una tierra donde vivir y considerarla propia, y cuidaría y proveería para ellos.
Esta misma expectativa de lealtad a un pacto se expresa en el Nuevo Testamento. Al derramar Su sangre por nosotros, Jesús estableció entre Dios y Su pueblo una nueva alianza, mejor, eterna. Jesús nos comunica esa expectativa de amor y fidelidad a Él al decir que le debemos más lealtad que a la familia. «El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí». (Mateo 10:37)
El principio por el que Él se rigió y que enseñan las Escrituras es que amar a Dios de todo corazón tiene prioridad absoluta. A Él lo amamos sobre todo y ante todo; y en segundo lugar amamos a nuestros padres, cónyuge, hijos, familia, etc. El amor a Dios no merma el profundo amor que sentimos por otras personas, pero sí lo pone en su debido lugar. —Peter Amsterdam [1]
Tus prioridades deben ser Dios primero, Dios segundo y Dios tercero, hasta que tu vida esté continuamente cara a cara con Dios. —Oswald Chambers
[1] Áncora Lealtad a Dios