Amable para con todos
Sufriéndoos los unos á los otros, y perdonándoos los unos á los otros si alguno tuviere queja del otro: de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (Colosenses 3:13 RVA2015)
—Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces he de perdonarlo? —le preguntó un hombre a Jesús. Acto seguido aventuró una respuesta: —¿Siete veces? —No; ¡setenta veces siete! —respondió Jesús. Dicho de otro modo: nunca debemos dejar de perdonar.
¡Eso es amor! Jesús no se refería solamente a perdonar con amor y paciencia a nuestros hermanos, nuestro cónyuge y nuestros amigos íntimos, sino también a jefes y compañeros de trabajo dominantes, a subalternos intratables, a vecinos molestos… es decir, a todos. Esta disposición benevolente es tan contraria a la naturaleza humana que solo puede provenir de Dios.
¿Acaso no nos ha perdonado Dios a nosotros setenta veces siete? ¿Eso debería motivarnos a tratar a los demás con ese mismo amor y misericordia, a fin de que lleguen a conocer a Dios y se acojan a Su perdón? «El amor es sufrido, es benigno».
«El siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen». [1]
Muchas personas son recelosas de perdonar porque piensan que si olvidan el mal sufrido no aprenderán de la experiencia. La verdad está más bien en las antípodas: el perdón deshace la opresión o dominio emocional que el agravio ejerce sobre nosotros y nos permite sacar lección de lo ocurrido. Mediante el poder y la inteligencia del corazón, el efecto liberador del perdón da lugar a una expansión de la inteligencia que nos faculta para lidiar más eficazmente con la situación. - David y Bruce McArthur
[1] Conéctate El fruto conciliador: la paciencia