La clave yace en la humildad y la sinceridad
Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación. (Romanos 14:19 NVI)
Hace años me vi en una situación laboral complicada y desagradable con un compañero de trabajo. Las cosas no mejoraron y fue un alivio cuando finalmente él se trasladó a otro lado. Un tiempo después recibí un breve correo electrónico suyo con tres palabras: «Te pido disculpas».
¡Qué bien! —pensé yo—. Quiere disculparse. Así que busqué el fichero adjunto en el que expresaría sus disculpas en la debida forma. Pero no había tal cosa. Yo esperaba un reconocimiento detallado de todos los dolores de cabeza, tensiones y complicaciones que había causado. En cambio lo que recibí fueron apenas esas palabras: «Te pido disculpas».
Sabía que lo que Dios me pedía era que lo perdonara y que diera vuelta a la hoja. Él había hecho su parte al pedir perdón y lo correcto era concedérselo. Sin embargo, en el fondo me sentía un poco defraudada. ¿No podía haberle puesto un poco más de empeño a su pedido de disculpas?
No pasó mucho tiempo antes que yo tuviera que disculparme con alguien, y no sabía muy bien cómo hacerlo. Tratar de explicar los motivos de mis acciones hubiera dado la impresión de que intentaba crear una plataforma para justificarme y le hubiera restado sinceridad a mi disculpa. Además corría el riesgo de reiniciar la polémica. Al final terminé pidiendo disculpas del mismo modo que mi ex compañero me las había pedido a mí. Y pese a lo escuetas, igual eran sinceras.
Es que no es fácil pedir perdón. Estoy convencida de que la clave yace en la humildad y la sinceridad, mostrar un genuino interés por las necesidades de la persona ofendida y procurar entender su dolor.
Puede ocurrir algo fantástico al restaurarse la relación. —Sally García [1]
Quien no es capaz de perdonar destruye el puente por el que él mismo ha de pasar; pues todos los hombres tienen necesidad de que se los perdone. —George Herbert (1593–1633)
[1] Conéctate Pedir perdón