Para Jesús, Su Padre lo era todo

¿Qué pide de ti el SEÑOR, tu Dios, sino que temas a SEÑOR, tu Dios, que andes en todos Sus caminos, que ames y sirvas al SEÑOR, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma? (Deuteronomio 10:12)

 Una de las enseñanzas más significativas que Jesús impartió mediante Sus palabras y Su forma de vivir fue la suprema importancia de Dios en nuestra vida. Para Jesús, Su Padre lo era todo. Estaba totalmente entregado a Su Padre, dependía por entero de Él, y enseñó a Sus seguidores a vivir de esa manera.
 Todo el Antiguo Testamento habla de la interacción de Dios con la humanidad y a través de lo que narra el Antiguo Testamento sobre el trato de Dios con la humanidad entendemos que Él está vivo, que es una persona, un espíritu, santo, recto, justo, paciente, misericordioso, amoroso, que existe por Sí mismo, eterno, omnisciente, omnipotente y omnipresente.
 Como Él es nuestro creador y el sustentador de nuestro ser, nuestra relación con Él es la más importante. Se merece nuestro amor, adoración, devoción, obediencia y lealtad.
 No quiere decir que no amemos otras cosas o que no nos importen; claro que las amamos, y mucho. Pero lo que tiene prioridad absoluta es amar a Dios por encima de todo. A fin de cuentas, Él es el creador de todas las cosas, Él ha hecho todo lo que amamos: a nuestros padres, a nuestro cónyuge, a nuestros hijos, hermanos, amigos, mascotas, etc.
 En las palabras de Jesús y en todo el Antiguo Testamento se trasluce la expectativa de que nuestro anhelo de Dios, nuestro deseo de amarlo y servirlo, debe perseguirse con todo el corazón y toda el alma. —Peter Amsterdam [1]

 Cuando ponemos a Dios en primer lugar, todas las demás cosas ocupan el lugar que les corresponde o desaparecen de nuestras vidas. Nuestro amor por el Señor gobernará las demandas de nuestro afecto, las exigencias de nuestro tiempo, los intereses que perseguimos y el orden de nuestras prioridades. —Ezra Taft Benson

[1] Áncora Lealtad a Dios

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