Tres clases de resentimientos

Miren bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, los estorbe. (Hebreos 12:15)

Una vez leí un artículo que decía que hay tretMiren bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, los estorbe. (Hebreos 12:15) clases de resentimientos.

El primero es el que se abriga contra Dios. Este tipo de amargura puede venir de situaciones en las que uno no entiende por qué pasó algo malo: la pérdida de un ser querido, una catástrofe natural o cualquier cosa que uno considere injusta. Entraña enojarse con Dios por no haberlo evitado y concluir que no escuchó nuestras plegarias o que no le importa.

El segundo es el que se alberga contra los demás. Tal vez alguien nos trató mal, hizo algo fraudulento o habló mal de nosotros a nuestras espaldas. Sentimos que no lo podemos perdonar o que si pudiéramos, en realidad no se lo merece y desde luego no sería justo.

El último —que no siempre lo reconocemos como tal— es el resentimiento que guardamos contra nosotros mismos. Puede que sepamos en lo profundo del alma que Dios nos perdonó por un error cometido, pero no nos podemos perdonar o nos aferramos a esas emociones negativas.

Creo que en algún momento todos hemos guardado algún rencor. Todos nos sentimos dolidos, y cuesta lidiar con situaciones y con gente complicada. El secreto reside en la actitud que adoptamos frente a ese dolor.

La amargura nos puede privar de la gracia que nos ofrece Dios. Y como la analogía de la raíz, al principio no es fácil identificar la amargura, pero cuando asoma su mala hierba, aparecen los síntomas. Y si no te ocupas de desarraigarla, puede llegar a afectar toda tu vida. —Nina Kole [1]

Perdonar es liberar a un preso… y descubrir que ese preso eras tú. —Lewis B. Smedes (1921–2002)

[1] Conéctate ¿Bien conservado o avinagrado?

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