Un golpecito del corcho contra la barra de acero

La ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho. (Santiago 5:16, RVA2015)

Así y todo, la mayoría probablemente hemos dudado en algún momento de la eficacia de nuestras oraciones, sobre todo si llevamos largo tiempo rezando con ardor y perseverancia por cierta situación que aún no presenta visos de resolverse.

Había en cierta fábrica una larga barra de acero, colgada verticalmente de una cadena. Pesaba unos 225 kilos. Cerca de ella, un tapón de corcho común y corriente pendía de un hilo de seda.

—Más tarde, cuando volvamos a pasar por aquí —anunció el guía que acompañaba a un grupo de visitantes—, verán algo que a todas luces parece imposible. Este corcho pondrá en movimiento la barra de acero.

El guía activó entonces un mecanismo que hacía que el corcho golpeara suave y repetidamente la barra de acero. Esta, lógicamente, permaneció inmóvil. Los visitantes se quedaron mirando uno o dos minutos mientras el corcho golpeaba la barra de acero con la regularidad de un péndulo. De ahí pasaron a la siguiente sección de la fábrica.

Al cabo de diez minutos, la barra de acero ya vibraba ligeramente. Para cuando el grupo regresó una hora después, la pesada barra se balanceaba como el péndulo de un reloj.

Por eso, la próxima vez que te parezca que la influencia que ejerces sobre los demás por medio de tus oraciones es prácticamente nula, acuérdate de aquel corcho. Con frecuencia, la gente y las circunstancias no cambian de la noche a la mañana, por mucho que recemos. No obstante, cada oración es como un golpecito del corcho contra la barra de acero. Quizá no se aprecie ningún cambio instantáneo, pero con el tiempo verás que Dios ha obrado en respuesta a tus oraciones. - Gabriel García Valdivieso [1]


¿La oración es tu volante o la llanta de repuesto? - Corre Ten Boom

[1] Áncora Conéctate

Previous
Previous

El poder de la lengua

Next
Next

La naturaleza de Dios es recta