Dios nos encargó
Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivar y lo cuidara. (Génesis 2:15 NVI)
Cuando hablamos de cambio climático y el cuidado del medio ambiente es fácil bloquearse mentalmente y resignarse a que uno poco puede hacer ante tamaño enredo. Podemos asimismo endosarles la responsabilidad a otros y librarnos de la obligación de colaborar. Sin embargo, Dios nos encargó que cuidáramos de Su creación, pero no por un árido sentido del deber, sino por amor a Él y a Sus criaturas.
Observar nuestro mundo y el daño que hemos causado al medio ambiente puede desencadenar sentimientos de tristeza, desánimo y hasta de temor. Además, los seres humanos por naturaleza tenemos tendencia a decir: «Eso es deber de fulano» o «Que el gobierno y las grandes empresas se hagan cargo. Hay, en todo caso, muchas posibilidades de aportar.
Las acciones positivas son potentes y encima contagiosas. Los vecinos se pueden agrupar para limpiar un parque, los niños pueden organizarse en cuadrillas de limpieza para recoger basura de la playa. Todos podemos tomar parte de iniciativas de plantación de árboles. Incluso detalles nimios como apagar luces, no dejar correr el grifo o tomar duchas más cortas pueden contribuir a labrar un mundo mejor para nosotros, nuestros hijos y las generaciones venideras.
Obras son amores y no buenas razones. Lo mejor es predicar con el ejemplo. Los sermones ambientalistas pueden ser contraproducentes y crear rechazo en la gente. En cambio, un acto amable con el ambiente puede alentar a otros a efectuar ellos mismos cambios para mejor. Encarnemos el cambio que queremos ver en el mundo. Gabriel García Valdivieso [1]
Lo que haces marca la diferencia, y tienes que decidir qué tipo de diferencia quieres marcar. - Dra. Jane Goodall
[1] Conéctate Un granito de arena ecológico