El amor de Dios no es así

Misericordioso y clemente es el Señor; lento para la ira y grande en misericordia. (Salmos 103:8 RVR)

Vale la pena meditar a menudo sobre el amor incondicional que Dios nos profesa. Es fácil dejarse arrastrar por el acelerado ritmo de la vida y olvidar algunas verdades fundamentales que nos imbuyen alegría, paz y confianza como cristianos.

El carácter incondicional y universal del amor de Dios es realmente maravilloso.  Su amor no es como el que tantos manifiestan en el mundo de hoy: un amor de conveniencia, por necesidad, o egoísta.

Con excesiva frecuencia, el amor que se observa en la sociedad se basa en el valor que aporta la otra persona; cuando ese valor se pierde o deja de ser necesario, el amor también se desvanece.

El amor de Dios, en cambio, no es así. Constituye la esencia de lo que Él es. Permanece para siempre. Nunca deja de ser. Está en el origen de la compasión que Él siente por toda la humanidad, tanto por los creyentes como por los incrédulos. Él se deleita con nuestra compañía y quiere ser nuestro amigo.

El profundo y constante amor de Dios hace que esté continuamente llamando a todos los seres humanos que ha creado, invitándolos a tener una relación con Él, a transformarse. [1]

 Por eso vino Cristo, porque nos amó; en nosotros no había nada que amar, pero al amarnos, nos hizo amables. - San Agustín de Hipona

 

[1] Áncora Amor Incondicional

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