Jesús redefinió la humildad

¿Cuál es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pero Yo estoy entre vosotros como el que sirve. (Lucas 22:27)

 Un elemento clave en nuestro afán de llegar a parecernos más a Cristo es imitar Su humildad. En el mundo antiguo greco-romano la humildad se consideraba un rasgo negativo. Denotaba una actitud servil de parte de un individuo considerado de clase inferior.
 No obstante, Jesús redefinió la humildad. Él, que era el Hijo de Dios, se humilló a Sí mismo asumiendo forma humana. Con ello enseñó que los creyentes también debíamos emular esa disposición. La percepción cristiana de la humildad se basa en nuestra relación con Dios.
 ¿Y quiénes somos nosotros para Dios? Somos Sus hijos díscolos, quebrantados, pecaminosos, incapaces de alcanzar plena rectitud ante Dios. Pero a pesar de nuestro quebranto, Él nos ama incondicionalmente. Siendo pecadores no podemos reclamar Su amor; así y todo, Él nos lo concede. Saber que se nos ama sin tener en cuenta nuestros pecados nos hace más humildes. Nos hace sentir seguros en nuestra relación con el Creador. El amor y aceptación divinos son la base de nuestra autoestima.
 Dado que el Señor nos ama incondicionalmente, podemos ser sinceros con Él y con nosotros mismos en cuanto a nuestros puntos fuertes y puntos débiles. Al fin y al cabo ninguno de los dos altera el amor que Dios abriga por nosotros. Él no nos ama más por nuestras aptitudes ni menos por nuestras debilidades. Sabernos aceptados por Dios nos hace más fácil tener un concepto realista de nosotros mismos. —Peter Amsterdam [1]

La humildad es consecuencia natural de tener una idea precisa de quién es Dios y una correcta perspectiva de quién eres tú en relación a Él. —Katie Brazelton e Shelley Leith

[1] Conéctate Más como Jesús: Humildad

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